El Apoyo Inocente
Cuando el médico, hace ahora 4 años, me dijo que tenía cáncer no supe encajar absolutamente nada de lo que me decía y mucho menos suponer lo que esto supondría el resto de mi vida. Gracias a no sé qué no me enteraba, a penas, de lo que me decían. Afortunadamente mi entorno, hasta entonces, se había librado de esta plaga y la palabra cáncer solo la había escuchado en televisión y no tenía ni idea de qué iba, solo sabía que la palabra producía un frío escalofrío a todo el mundo con indiferencia de si la habías vivido cerca, en tu propia piel o solo lo habías escuchado de refilón...
Uno de los soportes más firmes en esta letanía fueron mis sobrinos y sobrinas...L@s mayores con sus lágrimas, l@s median@s haciendo llamadas a escondidas para hablar conmigo y l@s más pequeñit@s sonriéndome, abrazándome y dándome miles de besos incluso cuando no tenía pelo y el resto del mundo ya sabía que era una enferma...ell@s solo veían a su tía... no veían la enfermedad...


La última vez que lavé mi pelo, lo hacía, como era costumbre, en el fregadero de mi casa. Así lo hacía desde pequeñita, ya que la cantidad de pelo no me permitía lavarlo bien en la bañera, como todo el mundo hace, y la costumbre de hacerlo en el fregadero continuó hasta la treintena. Bueno, lavaba mi pelo y no sabía cuándo sería la última vez ya que llevaba en las venas la primera sesión de veneno milagroso... Mientras cepillaba el pelo, con la cabeza hacia abajo, unas cuantas lágrimas se mezclaron con el agua lleno de jabón con olor a champú para "rizos perfectos". Cual fue mi sorpresa que mi sobrinita, que entonces tenía sólo 2 añitos, apareció por detrás sin que pudiera oírla, metió su cabeza entre mis dos piernas y mirando hacia arriba, para poder verme la cara que yo tenía medio metida en el fregadero empezó a sonreírme. Fue un momento que jamás olvidaré!!!
Consiguió que me olvidara de mi pena y ambas comenzamos a reírnos a carcajadas. Ella, feliz rodeándome las piernas con sus bracitos y la cabeza entre las piernas y yo enjuagándome el pelo, chorreando agua por toda la cocina, mojando su carita de ángel cosa que le hacía aún más gracia. Dejé de llorar y aceleré el aclarado solo para poder agarrarla entre mis brazos y apretujarla fuerte...
Eso que consiguió mi pequeña Mía todavía puedo sentirlo, ojalá hubiera podido guardar en una cajita el olor de ese momento a champú para "rizos perfectos", el sonido de las gritos y carcajadas de Mia mezclados con las saladas lágrimas que corrían por mi cara, la sensación de felicidad que recorrió mi cuerpo, olvidar la enfermedad... Ojalá todo eso se pudiera sacar de vez en cuando de una cajita para sentirlo como si fuera ayer...
No se pueden guardar los recuerdos en cajitas de madera, pero se guardan en la memoria y hoy han aflorado en mi mente como si fuera ayer....y hoy me he sentido feliz de recordarlo...he vuelto a sentir esa "alegría".
2 comentarios:
Qué bonito, a veces los peques son los que nos recuerdan lo verdaderamente importante.
Las fotos son inolvidables; tu relato todavía más.
¡¡Estoy esperando el siguiente envío, amiga mía, has puesto las espectativas altas!! :)
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