Hay cosas que no tienen edad, y para mí una de ellas es el tema caleidoscópico de septiembre. Hace pocos años descubrí que es más que tierno oír de cerca esa palabra. Así como me conmovió aquel hechizo de ese azul que quiso colmar mi luz en parques… también tiernos.
Ahora me acostumbré a descubrir la ternura en cualquier gesto cotidiano, en un comentario inesperado, en un pinchazo temeroso, o en un personaje inventado.
Así como cada septiembre, en vez de sentir ese síndrome post-vacacional, me animo con el comienzo del curso escolar… y es así como cada septiembre recuerdo con tierna nostalgia el aroma de los libros nuevos, la tercera hoja de los cuadernos donde comenzaba a escribir, y los lápices con los bolis de colores, inocentes de todo lo que les esperaba…
Pero hay algo que derrocha ternura en todas sus dimensiones, y a veces van más allá de la realidad. Son Panchita, Marciano, Lupita, Naberde, Chiflis, Lunero y Guizmo. Nuestros siete enanitos, que nos hacen ver día a día la ternura que siendo niños, o no tanto, nos arrancó la vida, y que ahora es tiempo de sembrarla y disfrutarla. Veo que provocan muchas dosis de ternura, que hasta me atrevería a decir infinita… Veo que cuando las etapas naturales de una edad se descolocaron por antelación impuesta o inmadurez, tiempo después rebotan y renacen porque no quieren seguir atrapadas. Veo que nacen a destiempo, como los frutos de Fermín, que casi acabado el verano comienzan a pasar del verde al naranja.
Esto significa que si las cosas no llegan en su momento, siempre habrá otra ocasión mucho mejor para que sucedan.
Las diferentes decisiones, propias o ajenas, a veces causan graves injusticias. Pero siempre será bien recibida la ternura que brota de las manos y de la imaginación de quien se merece mucho más de lo que nunca tuvo. Así como son bien recibidas todas las sorpresas que dan pinceladas de ternura a lo cotidiano. Así como seguiremos cuidando la ternura de lo tierno, como las ocurrencias de mis niños, como la inocencia de algunas miradas, como las mejores intenciones de una comida de abuela, como los bordados de nuestras cortinas junto a las flores de la mesa y el pan, como los papelitos sorpresa, como tus paraguas pintados y como los árboles besados.
Marta.
Vilagarcía, septiembre de 2010.
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